Chileciteño soy, señor


¡Chileciteño soy, señor! Cuánto orgullo de serlo, haber nacido o haber adoptado este gentilicio que encierra un sinnúmero de cualidades comunes a los habitantes de nuestra bendita ciudad. Un olor a pueblo propio, a historia medio contada, a nieve generosa y a cerros guardianes de nuestra patria chica. Diafanidad de un cielo azul, ostentoso del ave soberana que custodia los límites de la eternidad lograda por la perseverante posesión de la mística de nuestra tierra. Genética cargada de protagonismo emanado de los huesos y la sangre de la estirpe alcanzada, no regalada. Chileciteño soy, señor. Y me regocija vivir en este valle de tonada propia, fe inquebrantable y costumbres afincadas. De siestas prolongadas, noches serenateras y chayas anheladas. Chileciteño soy, y no es soberbia… es latido que fluye con mi gente, mis amigos, mis afectos. Es concebir que la patria es este suelo, que defiende con mayúsculas su vida. Es rebeldía que me nace del afán de no olvidarme que el destino nos apropió de los bienes más sagrados. Chileciteño soy y no quiero olvidarme que festejar también implica repudiar al que siendo de aquí o allá, quiere romper nuestra historia, destruir nuestra nieve y ensuciar el dominio del ave venerada. Chileciteño soy, señor, sobre todo, cuando debo cuidarme del que se dice “chileciteño” y violenta mis antepasados, mis cerros, mi agua y con ello, reprime la prolongación de nuestra vida en mi querido Chilecito.