El Cristo del Famatina

Dicen que para evitar confrontaciones, no se debe hablar de política ni de religión. Este no es el caso, obviamente.

Las montañas para muchos credos son sagradas. Moisés recibió los mandamientos en el Monte Sinaí, Mahoma fue a la montaña, el Monte Fuji en Japón. Para la teogonía aborigen más antigua (origen de los dioses), el Aconcagua, el Aconquija, el Famatina (AaConPatmatillú), representaban la visión patriarcal del dios “Con”. Posteriormente, la creencia matriarcal lo define como la “madre” de metales, la Pachamama. Los diaguitas, nuestros antepasados, se consideraban “moradores de la montaña”; los Incas, civilización trascendental de América, se expandieron por todo el sistema montañoso occidental americano. Hasta la literatura emblemática argentina y riojana, desde la mano del Dr. Joaquín V. González, se apropió de “Mis Montañas” para ubicarlas en la trascendental fuente de la energía universal de nuestra gente.
En nuestro Valle Sagrado surge un nuevo sitio para la reflexión: el Cristo del Portezuelo. Obra polémica, querida, criticada que nunca pasó desapercibida y tiene la virtud de haberse convertido en un punto de referencia espacial para chileciteños y extraños.
Una mirada rápida y liviana haría pensar que es una obra de un político que quiere congraciarse con un pueblo mayoritariamente cristiano, que a su vez es quien paga la obra. Pero el hombre propone y Dios dispone, pues fueron varias las propuestas impensadas que dispusieron la incidencia de esta gran estatua; tantas que sorprenden.
Primero, la vida del artista que, haya hecho la obra gratuitamente; la ubicación del Cristo; la armonía de la construcción. La ornamentación iconográfica de nuestras culturas montañesas cual sigiloso exhorto a proteger la sacralidad indígena. La transmutación del testimonio de cardones artilleros, vivaces, centenarios, inmutables. Son las portentosas columnas que acercan a  suelos orgullosos de su sangre, las bendiciones de límpidos cielos omnipotentes.
Converge significativa su ubicación para no perder de vista al oeste. Mirando al Famatina, ese cerro que paradójicamente enfrenta al mentor de esta obra con todo el pueblo.
La representatividad que va imprimiendo la mística de la fé al Cristo del Portezuelo ya subsiste manifestada en un mismo acto de severidad y conmiseración. Rigor ante la demagogia de funcionarios que perdieron el manejo de las tremendas explosiones causantes de muchos daños materiales y al mismo tiempo clemencia al evitar milagrosamente que la indolencia humana causara perjuicios a la vida humana.
Probablemente este pensamiento no parezca racional, pero la vida diaria está tan llena de irracionalidad, que la fe renace desde las cenizas, generando cada vez más contenido.
Y existe una clara consecución con espiritualidad que se le quiere imprimir al Cristo. Desde esta óptica es que se vuelve indispensable una mirada contextual, reflexionando acerca del mensaje tácito de “dar la espalda” a un poder enrarecido, abstracto y obcecado contra lo más sagrado de nuestras vidas.
Nadie es ajeno a la honda religiosidad de nuestros pueblos cuyo origen es la mixtura de fervorosa mística aborigen con las prácticas litúrgicas de inmigrantes muy creyentes, caso de árabes, italianos, españoles, bolivianos.

Desde el análisis lato de varias religiones, podemos experimentar una fuerte idea de las reveladoras e intensas significaciones de fe que se propagan a partir esta imagen, donde su ubicación sideral, tiene un rol imprescindible. 
Está protegiendo con toda su autoridad al pueblo de Chilecito. Está posando su mirada para asegurar el abastecimiento del agua, que proviene de la altura y se posa en nevados paridores de ríos, vertientes, paisajes. Se yergue observando cauteloso al Dios Con o a la Pachamama, o a la Diosa Montaña, la montaña que representa a Dios Padre, a la Fuente del Agua Bendita. Abre sus brazos no solo cobijando la vida en abundancia sino también sentenciando con todo su poderío: ¡NO TOQUEN AL FAMATINA!

Poly Badoul