Grande es
la contradicción del funcionario que se enoja ante los reclamos de los
ciudadanos.
En primer
lugar porque él es un simple ejecutor de un mandato específico proveniente de
los ciudadanos. Su trabajo está conferido por tiempo limitado y muchas veces ni
siquiera producto de una elección, sino por el arbitrio del superior electo que
ha confiado parte de la representación.
En segundo
lugar, porque generalmente tratan de no hacerse cargo de los vicios de la facción
que representan. Olvidan en ese momento su sentido de pertenencia que, contrariamente, es
siempre ratificado en cada ocasión que necesitan hacer gala de gran imaginación
para adular. No recuerdan las ornamentadas eiségesis que realizan de los
relatos dogmáticos de la verticalidad que los acoge. Reniegan justamente del
mismo acompañamiento que aplauden cuando se trata de demonizar al oponente.
El
funcionario debe entender que, el pueblo, aún equivocado, es el soberano. No
puede inferir que las insatisfacciones son producto de campañas en su contra. Tiene
la obligación de ser respetuoso en las peores disidencias, puesto que el númen
de la democracia es vivir en alternancia, consensuar en las permanentes
diferencias, convivir con los más variados matices.
También
debe hacerse cargo de las quejas que a veces son despersonalizadas, pero
parecen caer en él y las interpreta como injusticias. Nada más errado. Él forma
parte de un proyecto, de un equipo, se asume “partidario” y por ende es
responsable. Así como arenga los logros de su congregación, es también como
debe aprender a recibir mansamente los balances negativos, pues son la más
transparente evidencia del sentir republicano.
Creyendo o
seguro que las críticas son propiciadas por sus adversarios, es doble su
responsabilidad. Debe recordar que en el momento de su asunción él (o ella)
aceptó tácitamente las reglas del juego, entre las que se encontraba la oposición.
Y en algún momento él también será o fue oposición.
Por último,
no puede caer el funcionario en el simplismo de culpar a la política o a los
intereses políticos escondidos tras de una queja. Es una redundancia mencionar
tales intenciones sabiendo que su función es de naturaleza política, que su
gestación es política y que la función pública es política. Y es partidaria,
también, porque todos quieren mantener la membresía a algún partido que les dio
la chance de llegar a cumplir el servicio.
Le queda si
a todo funcionario, aprender de la historia, escuchar las críticas, calmarlas y
propiciar la institucionalidad. Es bastante perfecto el sistema que los hombres
saltean, trampean y alteran para conseguir prebendas. Prebendas éstas que poco
o mucho tiempo más adelante alterarán cual boomerang sus gestiones.
Por ello,
la garantía está en el aprendizaje, la humildad, las orejas abiertas y el saber
contar hasta diez antes de agredir a un ciudadano que está implorando ser
atendido… aunque sea en sus quejas.