12 de Octubre - Día de la entronización de la avaricia

El resultado de la colonización de América y el festejo del Día de la Raza nos parecen hoy hechos aberrantes que, lamentablemente, siguen repitiéndose a lo largo de la historia con resultados nefastos para los seres humanos.
Dominar, oprimir, saquear. La dialéctica de luchas ideológicas ha trillado estos vocablos haciendo que pierdan el impacto de su contenido. Pero la muerte, el sufrimiento, los padecimientos, no pueden medirse sino desde el dolor de quien los padece.
La “evangelización” española en América fue el sinónimo del dolor de los colonizados. Por demagogia de algunos o por limpiar la conciencia de otros, se crearon entonces distintas instituciones, meramente enunciativas de buena voluntad. Las leyes de indias, la mita, la encomienda… la fé católica misma, fueron una especie de auto indulgencia que muy pocas veces rozó la realidad.
La única doctrina eficiente que pergeñaron, estuvo dirigida a despertar la codicia de los naturales.
Nuestra región de aborígenes de “gran industria”, altivos y combativos, no les hizo fácil la tarea del avasallamiento brutal que pretendían los intrusos. Las sucesivas desapariciones y fundaciones de Londres, el Tinkunako, el Gran Alzamiento Diaguita-Calchaquí, surgieron del dolor que producía la dominación, la impotencia de sentir la esclavitud en las propias espaldas de los que, paradójicamente, eran los dueños de la tierra.
Pero como sucede en muchas historias, los conquistadores no son los únicos culpables. Ellos no hubieran llegado a buen puerto, de no haber contado con muchísimos naturales que les resultaron serviciales. Unos por temor, otros por necesidad y los más eficaces, los inseminados con la semilla de la avaricia. El pilar del éxito de la adoctrinación forastera radicaba en propiciar traidores, generalmente baratos, que, primero les revelaran los misterios donde radicaba la fuerza de los nativos, luego, enseñaran a los españoles las técnicas de guerra de sus pares y finalmente fueran develadores de las escurridizas vetas del metal que el indio ocultaba.
Para el nativo, otra vez el dolor. El dolor descarnado, real, no el dolor enunciado. El dolor patético sintetizado en el grito desgarrador del Cacique Coronilla al ser descuartizado, o el Cacique Chelimín al ser ahorcado y decapitado. El dolor de los viejos y niños abandonados porque la gente “útil” de los pueblos, era sometida en los fuertes del confinamiento, campos de concentración del S.XVII.
El dolor de los miles estafados por el andaluz Bohórquez, para ellos “el inka”, que, prometiendo emanciparlos del intruso blanco, los estaba entregando a cambio de la información de la ubicación de las minas.
El dolor de no entender el daño desde el extraño, pero… mucho menos, desde su hermano, de su misma progenie que se conjuraba para convalidar la sangrienta humillación.
Resultado: miles de violados, ultrajados, condenados a vivir en el exilio, para expiar el pecado original: llevar sangre humana-india-local.
Finalmente, su integridad los salvó del olvido. Fue su entereza la que dejó machacando la historia para que a 350 años de su martirio empezáramos a comprender la “humanidad” de estos “indios” que hasta hace poco, se nos mostraban como el sinónimo más peyorativo del comportamiento humano.
Quienes soportaron las humillaciones más atroces y prefirieron morir a verse cautivos, tuvieron el valor de no procrear más hijos esclavos, nos transmitieron en su ejemplo la simiente de la resistencia al avasallamiento del que se creía más fuerte.
La historia vuelve a repetirse con asombrosas similitudes: los conquistadores con “mega mineras”, las leyes de indias con “responsabilidad social”, la mita con “seguridad jurídica”, la encomienda hoy es “minería responsable”. “Regalías mineras” y otras yerbas con las promesas de siempre, las maniobras de siempre, los desfalcos de siempre.
La gravedad de la situación gira en esos personajes híbridos en que germina y se propaga el cáncer de la avaricia. Vimos que el renegado, el conspirador local, el comprovinciano traidor, puede llegar a ser más dañino que el extraño.
La conversión maliciosa de los nuestros y sus cínicos mensajes nos dan la apariencia de comprometidos altruistas cuando en realidad esconden en su fingida sonrisa, el engaño más rastrero.
De nada habrá servido repasar la historia, si no podemos desde ella, comprender el método, reaccionar en consecuencia y evitar el dolor.
Como una evangelización actualizada nos dan la sentencia del supremo: “no voy a permitir que contaminen”. La doctrina de hoy es generar codicia en algunos para intentar acallar el grito de justicia de los otros. Las capitulaciones hoy se allanan a “construír consenso”, desfachatado apelativo del despotismo obsceno.
La asociación de algunos avaros foráneos con los representantes de la voracidad nativa, duplica los riesgos de un nuevo despojo.
Hoy, en medio de festejos lascivos, promesas faraónicas y propaganda rimbombante, se disimula la camaleónica esencia de la política local.
Hoy, Pedro de Bohórquez, el Falso Inka, se ha reencarnado y vuelve a vendernos espejitos de colores.
¡Botémoslo al infierno!